martes, 1 de julio de 2014

Alicia

Estas son las últimas líneas que escribo, y van dirigidas a ustedes.

Como expresar con palabras lo que he vivido esta última semana, trataré de ser lo más explícito y sincero, para que puedan entender de alguna manera, mi forma de ver lo que ocurrió.

Siempre fui un hombre retraído, solitario y complaciente con los demás, albergaba dentro de mí una especie de odio y resentimiento, que con el tiempo fue creciendo hasta volverse incontrolable, el motivo no lo sé, quizá tenga que ver con mi personalidad, con mi educación, con mi destino.  Lo cierto es que de los siete pecados capitales el mío era la ira, pero jamás nadie se dio cuenta, nadie, hasta el fatídico día donde la bestia por fin dominó.

Mi trabajo era vestirme de “el viejo oso”, un traje corpóreo, pesado, enorme y sofocante, el cual todos los días, sagradamente, tenía que vestir. Invitar a todos los transeúntes a pasar a la tienda de golosinas, era mi misión. Habían días buenos, donde el sol no me torturaba tanto, pero la mayoría eran desagradables y duros, expuesto a las burlas de los niños, explotado por mi jefe y el sufrimiento habitual de una vida solitaria.

El único momento de alegría y descanso, era compartir con Plutón, mi viejo amigo, un gato negro que se paseaba por los alrededores. En el momento de descanso, comía las sobras de mi almuerzo, mientras se frotaba con cariño en mis piernas o en mis manos. La única criatura en el mundo, que disfrutaba mi cariño.

 Todo cambió el día en que Alicia llegó a la tienda, una muchacha un tanto rellenita, pero de cara amable, amena en la conversación, era la única en la tienda que se animaba a saludarme y regalarme una sonrisa, todas las mañanas, de todos los días, su sonrisa era mía.

Largas noches pensaba en ella, al principio pocas horas, pero en corto tiempo se volvió una obsesión para mí, la necesitaba, si no iba al trabajo, las horas se hacían interminables, ni siquiera Plutón podía reconfortarme en mis descansos, estaba perdiendo la cabeza, jamás me había sentido así, sin duda Alicia estaba destinada para mí, o eso era lo que pensaba.

Con el tiempo, la muchacha demostró ser una trabajadora ejemplar. Poco a poco se ganó la confianza del jefe, y este, cada vez le entregaba mayor responsabilidad en la tienda. A pesar de esto, Alicia nunca cambió su trato conmigo, y su sonrisa llenaba mis días una y otra vez.

Nunca fui un hombre valiente amigos míos, pero aquel fatídico día una extraña sensación de seguridad invadía mi cuerpo, y, aprovechando la ausencia del jefe, me atreví a preguntarle a Alicia si realmente me amaba, o era solamente mi imaginación. Esperé la hora de la colación como nunca, y ya sin traje, me paré frente a mi bella dama.

El rostro de la mujer fue suficiente para saber que me había equivocado, el rechazo una vez más escribía un nuevo capítulo en mi vida, no sé cómo explicar lo que sucedió en aquel momento amigos, pero la ira acumulada todos estos malditos años, explotó en aquel lugar, la bestia que cada hombre posee, se apoderó de mí.  

Alicia cayó inconsciente tras el fuerte golpe en la cabeza y lo primero que hice fue cerrar la tienda, luego traté de poner atención a lo que la bestia trataba de decir. Ella fue la culpable, si no me amaba, no tendría por qué haber sonreído cada vez que saludaba, ilusionando inútilmente mi frágil corazón.

Con la cabeza ya despejada, decidí que se quedaría conmigo para siempre. Lo más difícil fue cortar los huesos, ya que el hacha no estaba bien afilada, pero cuando uno agarra la técnica, las cosas se vuelven más fáciles. El cuerpo de Alicia, aún cercenado, era muy grande para llevarlo a todos lados, así que decidí esconder las partes en el sótano, para luego con la mente más despejada, ponerlos en un lugar más seguro.

Solamente la cabeza me acompañaría, así no me sentiría tan solo, bastaba ponerla dentro del traje, y Alicia me acompañaría el resto de mis turnos, el resto de mis días, con su sonrisa eterna.

Al día siguiente, pasó lo que esperaba, la policía llegó a la tienda buscando información de la joven desaparecida. Eran tres uniformados, dos esperaron afuera y el otro entró a la tienda, seguramente para interrogar al jefe. Lo que pasó luego amigos míos, me dejó helada la sangre, mi fiel amigo Plutón, me atacaba las piernas con sus garras, como queriendo escarbar en mi alma, yo lo pateaba suavemente al principio, para alejarlo, pero luego el miedo se apoderó de mí, y ya no era tan suave con el viejo gato.

Uno de los policías se percató del asunto y se acercó, sus pasos eran lentos y yo sentía que era la misma muerte acercándose, mi respiración se hacía más rápida y transpiraba demasiado, las manos me temblaban, y entonces lo entendí. El olor que antes no percibía y que ahora era fétido, estimulaba los sentidos del gato, desgraciadamente, el policía tenía buen olfato, y al llegar frente a mí, ordenó quitarme el traje.

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